sábado, 29 de octubre de 2011

AÑOS DE PENUMBRA: Mi Primera Caída

Era fines de diciembre  del 58. Mi abuelita Cata con mi sobrino Agucho viajaban a pasar verano en Chimbote. Tenía yo que acompañar a Agucho a los potreros de Quillín a ayudarle a acorralar los caballos para poderlos lacear y traerlos para el viaje que tenía que hacerse "a bestia" a Buenos Aires, así se llama el paraje hasta donde llegaban las vetustas "góndolas"(camiones adaptados para carga y pasajeros) que nos llevaban a La Galgada y de aquí en tren a Chimbote. Teníamos que traer a "La Mora", "El Canelo" y "Chiquito"(un burrito que merece historia aparte). Sobre todo las acémilas tenían que venir con tiempo pues estaban para ponerles herraduras. Esto seguramente le haría pensar a Agucho "Hay que ir con la anticipación que nos dé, además, chance para jugar un rato al columpio" 
Una Luna casi redonda alumbraba el camino de La Piedra del Águila por el que íbamos camino abajo.
Llegamos a los potreros y no amanecía, sin duda la juguetona Luna nos había engañado haciéndonos creer que su resplandor era ya la aurora, en complicidad con nuestras ganas de columpiar. Nos alegramos con Agucho pues teníamos mucho tiempo para jugar antes de ir en pos de nuestros queridos cuadrúpedos que eran duros de capturar.
Ahí estaban esperándonos los tres altos molles que se erguían al borde de la amplia "parva"(era) que se extendía por el extremo opuesto hasta la puerta misma del enorme grancero.
Cada uno con su soga improvisó su columpio en los molles extremos poniendo cada cual como asiento un sobrepelo y ¡a columpiarse se ha dicho! sin noción del tiempo.
Habríamos jugado una hora, aún no asomaba el Sol, cuando Agucho me llama "ven hazme guyún guyún". Fui a él, le tomé por los pies,giré en torno suyo hasta torcer bien la soga de su columpio y de un salto me alejé para dejarle girar vertiginosamente con el destorcer hasta pasar a torcerse en sentido contrario ayudándole a completar la nueva torción para otra vez dejarle jirando libre, y así le tuve sin que deje de girar, en uno u otro sentido, hasta que me dijo: ¡Basta, tengo naucia!. No podía tenerse en pie, se aferró al columpio, cerró los ojos por un momento, estaba pálido, luego me dijo que le dé mi mano. Le hice sentar, después de unos minutos sonrió "no te asustes, ya estoy bien" dijo. "Hazme a mí el guyún guyún", le pedí, "yo no me mareo". Poniéndose en pie me dijo "Pero un ratito nomás, ya salió el Sol".
Me hizo girar un buen rato ya tomándome por los hombros para torcer con las fuerzas de sus doce años, ya dejándome libre para destorcer. Al ver que yo seguía pidiendo "últimas" me advirtió ¡Ésta sí es la última! A pesar que yo estaba ya mareado le supliqué "entonces tuérce más que nunca, Aguchito".
Recuerdo apenas salir volando por el vacío, un impacto seco y nada más.
Recuerdo borrosamente haber despertado tendido en el grancero y que Agucho desesperado lloraba y que después me sacaba cargado del potrero.
Era ya tarde, estábamos en el bosque de Cuymalca, Agucho que lloraba, don Andrés Pinedo con nosotros, y yo tendido sobre el  poncho de Agucho con un dolor terrible en la espalda, también en el hombro derecho y en la cabeza. Don Andrés había llevado un tazón de sopa de chochoca que Agucho no quiso ni probar y que yo sí tomé ávidamente por lo que el buen campesino, cómo lo recuerdo, celebró: "Enfermo que come no muere".
Don Andrés me cargó hasta la capilla de Cuymalca y de ahí no quería pasar Agucho que no dejaba de llorar con mucho miedo repitiendo: ¿Qué me hará mi papá Juan?
Jamás olvidaré el agua saladita pero qué refrescante de la acequia de Cuymalca que me hizo beber de su sombrero el buen Andrés Pinedo.
Mucho rato pasó don Andrés tratando de convencer a Agucho de seguir adelante, ya anochecía y en eso: 
¡Aguchooooo! ¡Aguchoooooooo! ¡Wideeeeeeee!
Era la potente voz de mi hermano Juanito desde la piedra de don Julio Torres.
Contesta, Aguchito, rogó don Andrés.
¡Aquí estamos, baja urgente! tuvo que responder don Andrés.
Agucho le enteró de lo sucedido a Juanito que le aconsejó:
  ¡Mamá debe saber la verdad pero a papá cuando vuelva le vamos a decir que a Wide le ha botado el "Canelo", nada más!
Los ojos de Agucho se iluminaron, volvió su alma en sí. Nos despedimos muy agradecidos de don Andrés, empezamos la subida con Juanito cargándome en el poncho hacia la casa(esde entonces yo también cargo esta señera espalda mía).
Mi Nila y mi Cata, al verme y enterarse de lo sucedido, cómo lloraban . Los que me conocen saben que jamás dolor físico o espiritual alguno me doblegó. Tuve que calmar a mi mamita para que vaya a traer a don Manuel Garay, un huesero muy famoso.
Don Manuel después de examinarme y enterarse de los detalles de mi caída ordenó se coloque un colchón grande en el piso y pidió dos colchas, tres fajas, tres imperdibles grandes y que se caliente hojas de chilca en el tiesto, luego agregó: "Le vamos a fajar como a chiquillo con una de las colchas y con la otra le vamos a rodar sobre el colchón, con la ayuda de Juanito".
Me colocaron "boca abajo" de través sobre un extremo del colchón y las colchas, el anciano huesero se arrodilló delante mío y sentí sus palmas juntas desplazarse juntas con suave presión hasta la parte dorsal donde sentí opresión y un dolor agudo. Con el ¡Yastá! de don Manuel empezó el sociego. Pidió la Chilca que extendió a mi lado y con la ayuda de Juanito con la colcha de encima me dieron vuelta cuidadosamente entre todos quedando mi espalda sobre las hojas calientes empezando a envolverme fuerte, de los hombros a los pies, con la misma sábana asegurando con los imperdibles; con la segunda colcha primero me suspendieron para reforzar con las fajas la envoltura y así rodarme cuidadosamente sobre el colchón para uno y otro lado sin dejar de preguntarme si sentía más dolor.
Me desenvolvieron, me aplicó árnica el buen huesero, me untó la espalda con una pomada que él preparaba y me vendaron trabajosa y delicadamente el torso, la venda formaba varias "X" sobrepuestas en mi pecho y daba varias vueltas hasta mi cintura. Recuerdo claramente el rostro, cetrino, vidrioso y afable de don Manuel que me dijo: Eres muy valiente, muchacho. Como mi mayor vicio era, y es, el fútbol me atreví a preguntarle: ¿Cuándo podré jugar pelota? Juanito se adelantó a advertirme: Olvídate, hermanito, de pelota, no vas a poder moverte por mucho tiempo. Don Manuel con benébola autoridad repuso: Todo depende del cuidado y paciencia que tengamos tanto tú como nosotros. Y prosiguió: Tu cama va a ser ahí por tres meses para que tengamos facilidad de darte vuelta o acomodarte para tus necesidades, hasta que poco a poco vayas valiéndote por ti mismo. Llegará el día que puedas andar, correr y saltar, todo a su tiempo. Si quieres volver a jugar bien no te desesperes y precipites tu recuperación. Le prometí que iba a hacer sólo todo lo que sea necesario para recuperarme  bien. Después de indicar mi rigurosa dieta y que por si acaso me hagan colocar una ampolleta contra la infección se retiró.

Aproveché para leer todo el tiempo que me era posible. Cuando me cansaba de posición mi madrecita leía para mí.
A fines de abril del 59 ya podía caminar bien y volví a la escuela, pero en setiembre tuve otro accidente: Estaba mirando el partido que disputaba el equipo de mi grado, el guardameta salió en falso, desesperado entré a la cancha a desviar con la cabeza un centro que se colaba en nuestro arco, logré mi objetivo pero a costa de quedar con la lengua partida por el puntapié en la mandíbula que me dio un delantero rival al haberle ganado la pelota.   
   

   


   

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