domingo, 6 de noviembre de 2011

AÑOS DE PENUMBRA: Papá Cambia Mucho

Por muchas razones hubiese querido no contar esta parte de mi intensa vida mas prefiero recordarla por haber sido crucial, más para bien que para mal, en todo lo posterior.
Ya, desde algún tiempo, papá estaba cada vez menos en casa. No solamente sus viajes eran más seguidos y más prolongados sino además los días que estaba en Pallasca los pasaba mayormente fuera de casa.
Papá había cambiado mucho. Desde que ingresaba a casa ya estaba renegando por cualquier cosa. No volvió a hacerme saltar más en su regazo. Esto para mí, que había sido el engreído de todos, fue muy chocante. Mi padre, que antes siempre había tenido una ocurrencia para todo aquel que llegara a la casa, no quería trato con nadie. En adelante todo tendría que estar como en misa pues hasta renegaba cuando el alegre gallo cantaba cerca de él. Recuerdo cómo les chocó este cambio a cada una de las buenas personas que trabajaban para nosotros(a cuyo invalorable servicio dedicaré espacio especial aparte) hasta entonces tan acostumbradas a sus constantes bromas. Pero quien sufrió las peores consecuencias de la dureza paterna fue mi pobre madre.
¿Qué había pasado con mi padre? Malos parientes y falsos amigos, que no podían aceptar que un emergente "forastero" compita con ellos, habían confabulado para arrebatarle con malas artes primero las minas de Jajarajau y luego los predios de Shindol, Malluay, Chuyam, Tambamba, Mumaca y Quillín, que junto a lo heredado por mi madre sumaban propiedad considerable en la limitada economía local.
Mi pobre padre afrontaba siete juicios juntos en la Corte de Huaraz. Eso te quita tiempo, dinero y también te arrebata la tranquilidad, la paciencia y muchas veces la bondad.
Perdimos las minas y La Ladera, una chacrita muy querida por su cercanía al pueblo, invadida por un pariente. Mi padre perdió por mucho tiempo su sentido del humor, poniéndose por cualquier motivo irascible. Mi madrecita perdió la paz por ser ella quien sufriera por muchos años las crisis de mi padre, quien, vale decirlo, varias veces durante aquel tiempo, en los viajes que yo le acompañaba, ya comprando o conduciendo ganado al camal, de mareado lloraba por el injusto trato que le daba a mamá.
Esta crisis familiar, sin embargo, valió para que entre mamá y yo se forjara una identificación plena. Pasé a ser por ese entonces su discípulo, su más cercano colaborador y por el resto de su vida su confidente.
La escuela para mí pasó a segundo plano pues mi madre, ante la estrechez económica que empezábamos a sentir, me abrió ventanas alternativas de esperanza.Es justo y necesario dejar sentado algo que hoy lo tengo clarísimo:Con mi viejito nos quisimos mucho pero nos entendimos poco, pues éramos polos opuestos en muchas cosas. 


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