domingo, 6 de noviembre de 2011

AÑOS DE PENUMBRA: El hilo se rompe por la parte más débil.

Una tarde me hicieron regresar de la escuela por no haber llevado el guano de corral requerido por el maestro Valdivia para los cultivos del Taller de Agropecuaria.
Un compañero me prestó un costalito para ir a sacar el guano a escondidas de mi padre que se había opuesto a que llevara del corralón nuestro dicho fertilizante.
Estaba ingrasando al corralón a hurtadillas por la parte trasera cuando escucho un grito de mi madre. Fui en busca de ella y mi padre en el corredor la estaba golpeando. Nadie más estaba en casa. Traté de interponerme por repetidas veces, no pude, intentaba calmar a mi padre, no lo lograba, mi padre estaba enceguecido por la ira.
Mi pobre padre, indispuesto perversamente por terceros, siempre encontraba un pretexto para descargar sus rabias con nosotros, pero esta vez se le había pasado la mano.
Como mi madre ya sangraba por la nariz y mi padre no entendía razones ni ruegos de piedad le abracé por los pies haciéndole caer y como con eso no logré que dejara de lastimar a mamá no aguanté más y de un salto tomé un palo de escoba y le golpeé con la fuerza que pude. Que mi viejito y todos me perdonen, con una mano se tomó la otra dolorida y me miró con una reprobación que no olvido.
Mi madre, a pesar de su dolor, me recriminó: ¿Por qué has hecho eso a tu papá? y él sentenció: ¡Olvídate que soy tu padre!
Yo tenía diez años y por los tres siguientes no se dirigio a mí, salvo para gritarme. No me contestaba el saludo, me daba órdenes a través de mi madre sin llamarme por mi nombre y siempre asignándome las tareas más difíciles: "Que ése haga... (tal cosa)". Me prometí no darle motivo para que me castigara y si lo hacía me propuse no quejarme ni llorar. Recuerdo que la primera noche, de varias que me hizo dormir frente al horno sobre caronas, pensé: "Si mi padre ya no me quiere yo mismo me debo querer". Nunca le dejé de saludar. Una noche mi padre llegó muy mareado(de mareado nunca nos trató mal) me abrazó fuerte y llorando me dio un beso, aquel instante es uno de los más felices de mi vida, le agradecí a Dios por escuchar las oraciones de mi madre,pero al otro día mi padre no se acordaba seguramente porque las cosas seguieron igual pero quedaba claro que mi viejito nunca me dejó de querer.
Mi madre sufría a pesar de que a ella la empezó a tratar mejor. Jamás conté el caso a mis hermanos ni me quejé de nada ante ellos. 

La dureza y exigencia de mi padre, aunque se crea lo contrario, me hizo mucho bien: Llegué a ser un buen arriero conduciendo ganado o bestias de carga, echaba lazo como pocos y con ambas manos, marcaba solo, sin ayuda, el ganado, amansaba al caballar más indómito, cabalgaba a pelo como ninguno, recorría las distancias casi siempre a la carrera como un chasqui. Todo lo hacía  silbando o cantando para no cansarme ni aburrirme. Empecé a hacer poemas, canciones y a pintar cuadros para vender. Me enamé. Ah, volví a jugar al fútbol pero muy pocos entendían mis pases al vacío. Faltaba mucho a clases, felizmente en tantas horas de pastoreo y en muchas noches de lamparín había leído bastante y había resuelto los "baldores" de aritmética, álgebra y geometría(salía desaprobado porque nunca tenía cuadernos al día ni hacía las tareas). En vacaciones enseñaba a los demás desaprobados. Mis compañeros y profesores saben que en las evaluaciones cuando no sabía una respuesta jamás me la copié de alguien o de algo y tampoco reclamé nunca una calificación injusta.
Recuerdo que siempre me bastó una buena explicación del profesor para que el cuaderno me sea poco necesario. Que me perdonen mis profesores por ser muchas veces preguntón y controversial.
En este lapso hasta los 16 años viví experiencias extraordinarias, algunas de ellas las contaré luego 


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